Cuando llegó aquí el navegante Juan Ladrillero les dijo a
sus marineros que ésta era la última oportunidad de encontrar el Estrecho de
Magallanes . Sus anhelos se vieron
frustrados y bautizó el fiordo como Fiordo Obstrucción y a la provincia como
Última Esperanza. Hoy lo hemos visto, a caballo, desde el cerro Dorotea con el
gaucho Adán y un dolor incipiente en
salva
sea la parte.
Desde lo alto se ven 100 km de pampa desértica. Bien,
desértica no, porque cuando cruzan acá los gauchos argentinos (que están aquí
mismo) por primera vez presumiendo nomás
de ser más gauchos que los chilenos deben sortear la maleza y exclaman
sorprendidos: ¡pos aquí hay ramas, che!
“Pampeeeros, nomás” exclama entre risas el gaucho Martín mientras nos lo cuenta.
Pocas ramas, es cierto, porque desde lo alto se ve bien la
devastación de los colonizadores modernos que hace sólo 50 años quemaban
todavía los bosques de lenga porque debajo no crece el pasto para las
innumerables ovejas que pacen entre caballos, vacas y ñandús. Sus blancos
huesos a lo largo del camino nos parecieron cementerios de elefantes . Se ven
todavía las rayas paralelas de las excavadoras que intentaban socavarlos de
raíz.
Y también nos hemos despedido de Juan, Josefina, Lilí y Martina.
¿Dónde está Juan? Se oía a todas
horas en nuestro hospedaje. Juan es quien consigue los billetes, Juan es quien
renta las carpas, Juan te acerca en un
momento, está recogiendo a alguien en la estación. Falta leche y va Juan, en un
momento, a por ella. Tiene tiempo para sentarse tranquilamente a hablar contigo
y contarte su vida aventurera (ríete tú de nuestros jóvenes emprendedores). Ah,
pero la mermelada de ruibarbo no la hace
Juan, sino su suegra, que ya salió del hospital. Josefina puede con la casa y
dos
guagüitas preciosas. Hemos estado
bien con ellos.